Crítica mediática sin máscaras y rebelión narrativa

Crítica mediática

Crítica mediática sin máscaras: ironía y bisturí contra la rebelión narrativa que pretende dictar la ética del poder y la hegemonía política.

Crítica mediática es el primer ladrillo en la construcción de cualquier escándalo político, y hoy se ha usado para levantar una fachada narrativa en torno a la presidenta Claudia Sheinbaum. La columna “La rebelión contra Sheinbaum” de Raymundo Riva Palacio —publicada este 13 de agosto— no sólo enumera episodios de presunto lujo o insubordinación; propone un libreto en el que la mandataria aparece como rehén de sus aliados y víctima de un motín interno. El lector de Tintopía ya sabe que la política mexicana no cabe en una foto de viaje ni en la anécdota de sobremesa: exige contexto, pruebas y método.

https://www.msn.com/es-mx/pol%C3%ADtica/gobierno/la-rebeli%C3%B3n-contra-sheinbaum/ar-AA1KqXot

El teatro disciplinario de la crítica mediática

En la pieza de Riva Palacio, los hechos son presentados como si fueran actos de una obra en tres tiempos: primero se decreta la crisis, después se exhiben rostros y nombres, y por último se dicta la solución moral: remover a líderes parlamentarios y disciplinar a la tropa. Este mecanismo es un ejemplo clásico de hegemonía política en disputa: se busca moldear el sentido común para que la audiencia vea como “inacción” lo que en realidad es estrategia de control gradual.

En el libreto del columnista, la ética pública se mide por la prontitud de la guillotina, no por la profundidad de las reformas. Bajo esa lógica, si Sheinbaum no remueve hoy a Ricardo Monreal o Adán Augusto López, estaría “perdiendo la batalla” moral. La ética del poder se reduce entonces a la estética del castigo rápido, ignorando que la política real —y más en un movimiento tan vasto como la 4T— requiere tiempos, alianzas y equilibrios finos.

Ética del poder: de la foto al expediente

Juzgar con rigor implica diferenciar entre lo intolerable y lo irrelevante. La ética del poder no se resuelve contabilizando noches de hotel o boletos de avión; se prueba en el Diario Oficial, en un contrato público, en la vigilancia del presupuesto y en la consistencia de las políticas públicas.

Los viajes y fotos pueden ser detonantes de discusión, pero no son pruebas de desvío, captura regulatoria o daño estructural. Si no hay un vínculo claro entre la conducta privada y las decisiones públicas, estamos frente a un performance moral, no ante una denuncia fundada. En Tintopía lo hemos dicho: la verdadera austeridad y la verdadera integridad no son decorado, sino arquitectura institucional.

Hegemonía política: la disputa por el relato

El auténtico pleito no es por un boleto a Lisboa ni por una foto en Japón; es por quién define el sentido común. Si se instala la idea de que la calidad de un gobierno se mide por la sobriedad fotográfica de sus dirigentes, entonces basta un retrato incómodo para desacreditar políticas enteras. Esa hegemonía política mediática transforma a la ciudadanía en jurado perpetuo de moralinas, sin exigirle que se convierta en coautora de las reglas del juego.

Disputar ese terreno implica crear un lenguaje y una agenda propios: lenguaje que distinga entre la verdadera corrupción (tráfico de influencias, redes clientelares, contratos amañados) y el ruido escenográfico; agenda que priorice portales de transparencia, auditorías con dientes, independencia de órganos de control y participación social vinculante.

El contrapoder ciudadano que no aparece en la columna

En la narrativa de Riva Palacio, el papel de la ciudadanía es aplaudir la condena sumaria. En la que defendemos, es exigir documentos, fechas, montos y procedimientos. Un contrapoder ciudadano fuerte no se alimenta de la indignación del trending topic, sino de litigios estratégicos, comités de vigilancia, solicitudes de información y control presupuestario.

Mientras la crítica mediática moralizante exige castigos inmediatos, el contrapoder real exige reformas que sobrevivan al escándalo de la semana. Este es el músculo que la 4T puede y debe fortalecer: no basta con responder a las columnas; hay que blindar la integridad del Estado con mecanismos verificables y permanentes.

Del escándalo al control institucional

Los pasos para pasar del ruido a la sustancia son claros:

  1. Identificar riesgo: mapas de integridad que crucen actores, decisiones y beneficios.
  2. Documentar evidencia: expedientes con respaldo legal, no sólo percepciones.
  3. Activar mecanismos: auditorías internas, revisiones externas y sanciones procesadas.
  4. Publicar resultados: transparencia proactiva para desmontar especulaciones.

Este esquema vale más que cien columnas moralizantes. Si la presidenta logra consolidar estos procesos, el país habrá ganado una batalla mucho más importante que la del aplauso inmediato: la de la institucionalidad.

Tintopía

En este circo itinerante que es la política mexicana, la crítica mediática suele vender boletos para funciones que empiezan con redoble de tambores y terminan sin trapecista. Hoy, el acto estelar es la “rebelión contra Sheinbaum”, donde el maestro de ceremonias —con pluma afilada y gesto de superioridad moral— nos ofrece el espectáculo de la guillotina urgente. ¡Pásele, pásele! Aquí no necesita expediente, con una foto basta.

Pero resulta que gobernar no es un espectáculo de magia donde desaparecen senadores con un chasquido. La ética del poder exige más que decapitaciones simbólicas: pide diseño institucional, reglas claras, y sí, paciencia. Porque el poder que se gana con método es el único que no se desmorona al primer vendaval.

La hegemonía política, en cambio, se disputa todos los días: o dejamos que el sentido común lo escriban los columnistas con prisa, o lo escribimos nosotros con datos, reformas y participación ciudadana. Y aquí, en Tintopía, preferimos la partitura incómoda del matiz antes que el karaoke del escándalo.

Así que cuando vuelva el coro de “¡Fuera, fuera!”, pregunte por los documentos, siga la ruta del presupuesto y mire quién redacta la ley. Lo demás, querido lector, es función de matiné.


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