Un día como hoy, 28 de agosto, pero hace exactamente ocho años.
Falleció a los 66 años de edad el cantautor michoacano, Alberto Aguilera Valadéz, mejor conocido por su nombre artístico como Juan Gabriel (1950-2016) y más afectivamente como «Juanga», un extraordinario cantante, compositor, productor y filántropo mexicano q.omuien construyó en el último medio siglo, una de las carreras musicales más importantes en la historia del espectáculo en México e Iberoamerica.
En esta oportunidad no quiero ahondar en los múltiples aportes de Juan Gabriel en favor de la cultura popular en nuestro país y de otros espacios del mundo; tampoco de sus incursiones en diversos géneros musicales, que le redituaron millones de admiradores y admiradoras durante casi medio siglo de carrera artística.
Ni tampoco quiero detenerme en los 150 millones de discos vendidos que lo convirtieron en uno de los cantautores más exitosos de todos los tiempos; ni tampoco en examinar los centenares de conciertos que dio en diversos foros nacionales e internacionales, desde los más sencillos, hasta los más monumentales.
Por ello, tampoco me detendré en su agitada vida personal de Juan Gabriel que ha sido relatada en diversos formatos, tanto en la pantalla grande en los años setentas, como en la reciente serie biográfica, “Hasta que te conocí” (TNT, 2015-2016)…
Pero si quiero subrayar que si la idolatría popular se mide en historias de perseverancia y de lucha en contra de las adversidades; en mayúsculos carismas; en carreras con éxitos apoteósicos y en un talante de leyenda, Juan Gabriel cumplió con todas estas características.
Pero más aún: además de la culminación abrupta de su brillante trayectoria artística, tras su sorpresiva muerte, el 28 de agosto de 2016 y de su muy vasto legado musical, quiero destacar la gran influencia de Juan Gabriel en distintas generaciones, ya que para muchos de nosotros sencillamente sus canciones fueron el «soundtrack» de nuestras vidas.
Sin caer en las apologías fáciles sobre un gran referente cultural como el llamado «Divo de Juárez», para un servidor existen muchas razones para celebrar la vida de Juan Gabriel, más allá de su obra y herencia artísticas y de sus virtudes como ser humano.
Quiero destacar tres:
1) Su desenfado y valentía de vivir como quiso su preferencia sexual, en un país tan machista y homofóbico como el nuestro
2) No someterse al manejo y control monopólico de Televisa y sus absurdos vetos artísticos
3) Abrir espacios exclusivos como el Palacio de Bellas Artes, recinto que tradicionalmente estuvo vedado para representantes de la cultura popular, considerados “menores”.
Pero más aún, a ocho años de su muerte la relevancia de Juan Gabriel aumentará con el paso del tiempo, ya que desde hace décadas se instaló en el mismo pedestal de compositoras y compositores de la magnitud de María Greever, Consuelo Velázquez, Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Chava Flores o Armando Manzanero…

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